Cuando su padre murió, él tenía 15 años y su madre siguió uno a uno todos los proyectos que habían planeado para él con su marido. No querían que fuese como el padre, una persona que sólo sabía trabajar, que no tenía preparación, que no conocía el mundo. El muchacho estudió, creció y escapó del recuerdo de su padre, impulsado por los consejos de una madre que no le daba tregua. Al fin, estuvo bien situado. Tenía una casa magnífica, una mujer que lo quería, un par de niños bulliciosos y un trabajo estable; pero le faltaba algo que no conseguía llenar ni con la música de Mozart ni con dos masajes por semana.
Un buen día, en que no andaba apurado de tiempo, se detuvo algo más de lo acostumbrado ante un espejo y, después del afeitado, se descubrió unos rasgos muy marcados que no tenían nada que ver con aquel joven de 15 años que siguió una vida que habían preparado para él. En su cara estaban sedimentados los mismos rasgos de su padre y eso, contra lo que hubiera deseado su madre, le dio ánimos para seguir. Ya no era necesario mantener ningún engaño consigo mismo porque su rostro era idéntico al del padre muerto y él volvería a repetir sus mismos errores y aciertos, como harían sus hijos, a quienes jamás hurtaría su recuerdo. Eso lo hizo reír con alegría porque, para su consuelo, ya no tenía que demostrar nada a nadie.
Un buen día, en que no andaba apurado de tiempo, se detuvo algo más de lo acostumbrado ante un espejo y, después del afeitado, se descubrió unos rasgos muy marcados que no tenían nada que ver con aquel joven de 15 años que siguió una vida que habían preparado para él. En su cara estaban sedimentados los mismos rasgos de su padre y eso, contra lo que hubiera deseado su madre, le dio ánimos para seguir. Ya no era necesario mantener ningún engaño consigo mismo porque su rostro era idéntico al del padre muerto y él volvería a repetir sus mismos errores y aciertos, como harían sus hijos, a quienes jamás hurtaría su recuerdo. Eso lo hizo reír con alegría porque, para su consuelo, ya no tenía que demostrar nada a nadie.
2 comentarios:
Yo me prometi que nunca cometeria los mismos errores que mi padre, quizás nuevos errores, pero no los mismos.
Solemos repetir los errores de los padres, aun conta nuestra propia voluntad
Un abrazo
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