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Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo

jueves, 4 de junio de 2009

Un Fenòmeno Social

Triskel Celta - Route 66 (Matias)

Más que una forma de "decorar" el cuerpo, el tatuaje se ha convertido en una forma de expresión de la cultura actual. Con el tatuaje la persona quiere decir algo más de él y resaltar esa parte del cuerpo dónde se lo hace.

El contexto donde nace el tatuaje es el cuerpo en sí mismo. Hoy en día hay como una devoción por la figura. Y el tatuaje es un emergente.

Los adolescentes comenzaron a imponerlo, pero ya no se puede hablar de una etapa adolescente tan delimitada como antes.

¿Por qué la gente se tatúa?

En general existen dos ejes sobre los que se apoya la práctica del tatuaje:

1. La identidad.

2. Los distintos duelos que uno atraviesa en la vida.

Todas las personas atraviesan diferentes crisis durante sus vidas. Pero existe un tejido social que es menos consistente y menos continente y hay menos canales para registrar esas crisis. Por eso cada persona transmite sus propias experiencias a través de un medio más tangible y modificable: el propio cuerpo. El tatuaje no es sólo una moda pasajera (ya que dura para toda la vida).

Además es la expresión de un síntoma social, y es como una nueva modalidad de arte. En general se lo liga a la adolescencia porque esta etapa tiene la característica de crisis pero en sentido positivo, es un tiempo de romper ataduras, de despegarse de las figuras de los padres, de encontrar nuevas formas de identificación.

El tatuaje juega un papel importante para el chico, ya que es como un sentimiento de identidad nueva. El adolescente con su tatuaje está diciendo: “este soy yo, mírenme”. Por otro lado, el tatuaje se puede emparentar con las intervenciones corporales como los piercing y las cirugías estéticas. Son todas expresiones de la tendencia a canalizar cualquier tipo de inquietud a través del cuerpo.

Diferencias entre el hombre y la mujer En todos los ámbitos existen diferencias de géneros. Y los tatuajes no son la excepción. Así, por ejemplo, el dibujo de una flor lo asociamos a lo femenino y el de un dragón a lo masculino. Para las mujeres el tatuaje es un sucedáneo de liberación sexual, ligada al permiso para mostrar su cuerpo. Por eso es muy común que ellas empiecen por tatuarse diseños más pequeños y muchas veces estos están ubicados en zonas erógenas: los pechos, la zona baja de la cintura, los hombros o el cuello.

En cambio para los hombres es más un acto de virilidad, ya que lleva aparejado el dolor del tatuaje. Para ellos el sufrimiento es una experiencia que los integra a un grupo, y por otro lado el dolor lleva a tener una conciencia más aguda de su propia existencia y es una manera de experimentar nuevas sensaciones.

¿Puede transformarse en una obsesión o en una adicción?

Para muchas personas el acto de tatuarse puede convertirse en una adicción comparable al consumo de drogas. En una sociedad de consumo donde existe la idea de que hay un cuerpo que debe ser producido y trabajado, las expresiones del erotismo buscan nuevas fronteras de expresión como una manera de trasgresión.

¿Para qué sirven los tatuajes?

Los tatuajes cumplen determinadas funciones para el psiquismo individual. El tatuaje viene a reparar algún aspecto que uno considera faltante en uno mismo. Puede servir para compensar situaciones de pérdida, ya sea de un ser querido o de ideales, o de aspiraciones no cumplidas. Puede ser un medio para regular tensiones internas y para expresar afectos y deseos de perdurabilidad. También el hecho de que sea “para siempre” fue cambiando con el paso del tiempo.

Muchas personas se lo hacen con la idea de que pueden ser removidos o transformados en otras cosas cuando el diseño original pierda su sentido, por ejemplo cuando termina una relación de pareja. Pero también está la gratuidad en la posesión de cierta belleza. El tatuaje es sentido pero en muchos también es placer y diversión. Este es otro de los relatos posibles. El del placer de la propia piel transformada en tatuaje.

Llamamos tatuaje a toda práctica que implique la penetración de tinta o pigmento bajo la piel. Tatuar es alojar en el cuerpo, urgir la piel, cifrarla, pintar su interior. También es trazar, cavar, explorar. Es dibujo, a veces color bajo la piel siguiendo un dibujo. Es grafía con la que los pigmentos escriben el significante deseado. El tatuaje se vuelve un dibujo indeleble trazado en el cuerpo y siempre tiene un relato detrás.

Relato que desde lo consciente, remite al momento en que la persona decidió ser tatuada, pero que histórica e inconscientemente, para la vida del sujeto, va más allá. En este hoy. Tiempo donde la muerte está presente en la sociedad, como real y también, como sombra de un pasado cercano en el que el caos y la angustia, dejaron en la memoria colectiva marcas dolorosas e imborrables, escuchamos voces y ecos fantasmáticos de voces reclamando memoria. “Para olvidar, es necesario recordar”.

“Para poder morir es necesario que la vida esté presente”. Son estas dualidades, que el contexto pone en primer plano, (memoria- olvido, vida- muerte, presencia-ausencia), tomadas, como dualidades integradas en una sola. Como contrarios, no plenamente diferenciados simbólicamente, los que convoco para hablar de tatuaje.

Dualidades, incluidas, inmersas en un tiempo y un espacio de cambio social e individual, como es la post-modernidad, y en consecuencia, tampoco claramente instituidos.

Freud asocia la pulsión de ver con el deseo de saber. Saber sobre la sexualidad. Saber sobre la vida y sobre la muerte. Es tomando esta integración del ver con el saber la que me lleva a considerar que el tatuaje en nuestra sociedad es un reclamo actuado. Actualización y representación de una vivencia donde está presente el dolor. Constituye una escena delirante, punto de atracción de la mirada y representación restitutiva en el hoy, de lo traumático del ayer.

El tatuaje es presente que remite al pasado. Como tal, es producto, defensa y escena que se muestra en el hoy. También, es huella cuasi simbólica y marca real en la piel. Constituye a mi entender, una forma de memoria-olvido, que desde una posición activa, convoca a mirar y ser mirado reeditándose a través de ella, la relación inicial entre madre-hijo.

Es entonces, un retorno a los fantasmas del ayer y una defensa ante el dolor psíquico que conlleva lo traumático. Cumplirá para el sujeto, la función de un indicio, vuelta parcial de lo reprimido que dice de la existencia de la muerte pero también dice sobre la vida, cuando actúa, como señuelo, como llamado a un otro a quien convoca reclamándole saber-ser, saber ver, saber-vivir y sobre todo saber enseñar a vivir.

Piel, lugar que en el proceso de construcción de la subjetividad, será espacio real de apuntalamiento de la pulsión, pulsión de vida, pulsión de muerte, posibilitando así, el surgimiento del yo-piel, envoltura psíquica, espacio de separación, intersección y también de unión entre un sujeto y un objeto en proceso de discriminación. Imagen y dolor, dupla que convoca al mundo externo interiorizado y luego proyectado al afuera, pero que pareciera que solo puede ser parido en forma escindida.

Representación simbólica escrita en la piel y dolor vivido en lo real en el acto de tatuarse. Actuación que se convierte en una paradoja. Dice y no dice desde lo simbólico ya que lo vivido no puede ser expresada totalmente a través de la palabra. El sentir está ausente... Representación y afecto no marchan juntos. Algo del trauma asoma y nombra a través de la actuación que implicará el tatuarse, pero deja adentro el recuerdo del dolor.

Repetición que vuelve a producir ese dolor que remite a lo oscuro del trauma primitivo, ahora, dolor físico. Hemorragia liberadora de la energía desorganizante de la pulsión de muerte que lastima, pero también genera una coraza protectora a modo de cicatriz. Segunda piel que cubre el vacío de la discontinuidad dejada por la herida del trauma en el incipiente yo y toma la forma de lo tatuado.

Por eso, el tatuaje transformado en fetiche, sería la forma dolorosa de incorporar el falo materno como representante del saber-poder vivir-morir y un producto del intento de discriminación-indiscriminación. Solución a mitad de camino que el sujeto tiene para intentar elaborar aspectos dolorosos escindidos de su yo.

También una búsqueda de sí, de encontrarse consigo mismo y poder ser . Concluyo diciendo, que considero al tatuaje como una escenificación defensiva, que puede en algunos casos servir para elaborar aspectos del pasado escindidos del yo.

Puede jugar muchas veces, como actuación al servicio del desarrollo, regresión a un tiempo primitivo de la constitución del ser donde lo simbólico, no está claramente instituido. En otros casos, cuando el vacío a nivel de la representación es muy profundo y la herida inicial muy dolorosa, el goce en la búsqueda de unión con el objeto primario será muy pasional y el acto de tatuarse puede convertirse en una adicción.

Momentos especiales de resignificación psíquica, en los que nuevamente se pone en juego el apuntalamiento de la pulsión de vida y se busca claridad respecto a la propia identidad.

Segunda oportunidad para dar sentido y para cubrir espacios de discontinuidad en el yo, de construirse un pasado y decidir respecto al futuro. Decidir si se vive o se muere, si se es en función de sí o en función del otro. (Psi. Patricia B. Bustos)

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