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Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo

lunes, 30 de marzo de 2009

Cuento : Amistad Para Siempre

Paloma - Ventura Gonzalez Padroza

Una de las preguntas que de niña me formulaba con frecuencia era: "¿A donde van los gorriones cuando mueren?".

En aquel entonces no conocía la respuesta y todavía me intriga. Ahora, cuando veo un pájaro muerto, silenciado por alguna fuerza maligna, se que no ha muerto. Alguien lo mato: se lo llevaron los elementos, como alma perdida en la noche. Cuando tenía seis anos, mi mejor amigo era un chico de la misma cuadra. Solíamos jugar en mi arenero, conversando de cosas que los adultos habían olvidado hacia mucho tiempo: sobre no crecer jamás, por ejemplo, o sobre los monstruos que había bajo la cama y en los armarios oscuros.

Se llamaba Tommy, pero yo le decía Gorrión, porque era menudo para su edad. Resulta irónico pensar ahora ese nombre, porque el también murió. Recuerdo el DIA en que descubrí que Tommy iba a morir. Lo esperaba en el arenero, construyendo sin muchas ganas el castillo que habíamos empezado el DIA anterior. Sin Tommy, yo era solo media persona; por eso lo espere lo que me pareció una eternidad. Comenzó a llover. De pronto oí un "rintintin" lejano en la casa.

Unos diez minutos después salio mi madre, protegiéndose con un paraguas; aun tenia la cara mojada. Entramos juntas en la casa. En el umbral me volví a contemplar la lluvia que derribaba el castillo de arena construido por Tommy y por mí. Una vez dentro, con una taza de chocolate caliente en la panza, mi madre me llamo a la mesa. Me cubrió las manos con las suyas. Temblaban.

De inmediato comprendí que a Tommy le había sucedido algo malo. Ese algo se llamaba leucemia. Yo ignoraba que era, de modo que mire a mi madre con ojos confundidos, pero con el corazón apesadumbrado. Ella dijo que, cuando alguien se pescaba eso (mejor dicho, cuando eso pescaba alguien), se tenía que ir... Yo no quería que Tommy se fuera. Lo necesitaba conmigo. Al DIA siguiente quise ver a Tommy. Tenia que comprobar si era cierto.

Hice que el conductor del transporte escolar me dejara ante su puerta y no ante la MIA. La madre de Tommy me dijo que el no quería verme. Esa mujer no tenia idea de lo fácil que es herir a una pequeña. Me rompió el corazón como si fuera un trozo de vidrio barato. Corp. a casa, bañada en lágrimas.

Después llamo Tommy; me pidió que lo esperara en el arenero cuando nuestros padres estuvieran acostados. Y lo hice. No se lo veía distinto; algo más pálido, quizás, pero era Tommy. Y quería verme, si.

Mientras hablábamos de esos temas incomprensibles para los adultos, reconstruimos nuestro castillo de arena. Tommy dijo que podríamos vivir en uno como ese y no crecer jamás. Yo le CREI de todo corazón. Allí nos quedamos dormidos, envueltos en una autentica amistad, rodeados de arena caliente y vigilados por nuestro castillo.

Desperté poco antes del amanecer. Nuestro arenero era como una isla desolada, rodeada por un mar de césped, que solo se interrumpía en el patio trasero y en la calle. La imaginación de los niños no tiene fin.

El roció daba a ese mar imaginario un fulgor reflejo; recuerdo que alargue la mano para tocar esas gotas, para ver si el agua de mentirillas ondulaba, pero no fue así. Gire en redondo y Tommy me devolvió a la realidad con un respingo. Ya estaba despierto, contemplando el castillo. Me reuní con el y así nos quedamos, encerrados en la sobrecogedora magia que tiene un castillo de arena para los niños pequeños. Tommy rompió el silencio para decir: -Ahora voy a entrar en el castillo.

Nos movimos como robots, como si supiéramos lo que hacíamos; creo que, en cierto sentido, así era. Tommy apoyo la cabeza en mi regazo y dijo, soñoliento: -Ahora voy al castillo. Ven a visitarme. Allá estaré muy solo. Le prometí que lo haría, de todo corazón. Luego el cerro los ojos y mi Gorrión se fue volando, hacia el sitio en que (en ese momento lo supe) van todos los gorriones cuando mueren. Y allí me dejo, sosteniendo en los brazos un pajarito baldado, sin alma.

Veinte anos después volví a la tumba de Tommy para poner en ella un pequeño castillo de juguete. En el había grabado: "Para Tommy, mi Gorrión... Algún DIA iré a nuestro castillo para siempre". Cuando este lista, volveré al lugar donde estaba nuestro arenero para imaginar nuestro castillo de arena. Entonces mi alma, como la de Tommy, se convertirá en un gorrión para volar hacia el castillo, hacia Tommy, hacia todos los gorrioncitos perdidos: nuevamente una Nina de seis anos, que no crecerá jamás. (Anónimo) (Psi. Patricia B. Bustos)

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