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Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo

lunes, 24 de agosto de 2009

Un Dulce Aroma

La Mujer y las Rosas - Marc Chagall

El olor de cada persona es único, reconocible. Y el estrecho contacto de los cuerpos al saludarse o despedirse, permite percibir la fragancia del otro, fragancia que permanece incluso cuando la otra persona ya se ha ido y que nos hace recordarlo de una forma más intensa.

Y esto es debido al gran poder evocador de los olores. Podemos ver fotos de nuestra infancia, pero nada nos la recordará más y mejor que algunos aromas, como el olor a plastilina, a la mezcla de galletitas y leche caliente…

Es muy frecuente también el oler alguna prenda de vestir del ser amado, cuando se ha ido lejos, para sentir algún consuelo.

Los recuerdos del pasado guardan una estrecha relación con nuestro olfato. Los olores nos recuerdan y evocan recuerdos.

El olor también nos avisa de un peligro mediante la asociación con el pasado. Como humanos, tenemos antiguos vínculos con el olor porque en otro tiempo fue muy importante para sobrevivir. Es el primer sentido que se desarrolla, por eso el bebé usa los nervios olfativos para identificar a la madre.

Ciertos olores agradables tienen la virtud de lograr que nuestro cerebro segregue más serotonina, la “hormona de la felicidad”, olores diferentes que nos estimulan, otros que nos tranquilizan…

Es tan sólo el olor justo, en la cantidad correcta y en el momento apropiado. Algo tan aparentemente sencillo, pero que sin embargo impacta de manera abrumadora e instantánea sobre el sistema límbico, que como ya decíamos antes, es el sitio del cerebro donde se procesan las emociones.

Como punto final, una recomendación: dejémonos llevar un poco más por los sentidos y el instinto en este mundo tan racional, un mundo repleto de fragancias, emociones y recuerdos que nos esperan.

Piensa un poco, ¿a qué huele ahora?... (Psi. Patricia B. Bustos)

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