Lunes 07
de mayo de 2012
A una década de un ícono
turístico que nació para paliar la falta de trabajo
A diez años de su creación, el Mercado Retro La
Huella se convirtió en un ícono turístico y, desde entonces, es cada domingo un
espacio de encuentro. Sin embargo, su origen va más allá del atractivo que hoy
tiene para rosarinos y visitantes: está ligado a la necesidad fundamental del
trabajo en una ciudad (y un país) al borde del estallido
A diez
años de su creación, el Mercado Retro La Huella se convirtió en un ícono
turístico y, desde entonces, es cada domingo un espacio de encuentro. Sin
embargo, su origen va más allá del atractivo que hoy tiene para rosarinos y
visitantes: está ligado a la necesidad fundamental del trabajo en una ciudad (y
un país) al borde del estallido. La idea nació pocas semanas antes del
Diciembre Negro, cuando la represión provocó varias muertes en todo el país
(siente en Santa Fe), y se puso en marcha apenas cuatro meses después, cuando
el "Que se vayan todos" aún resonaba. "De todos los trabajos que
hice en mi vida, es el único del que estoy orgulloso. Lo hice, sé hacerlo y
sostenerlo. Es junto con El Roperito mi proyecto social, porque una cosa es
generar divertimento y otra muy distinta trabajo", afirma Dante Taparelli,
el padre de esta feria que desde hace una década se extiende en el mítico
Pichincha.
La
convocatoria a los feriantes surgió en noviembre de 2001. El único requisito
era estar desocupado y tener objetos anteriores a 1975, desde utensilios
domésticos, bijouterie y muebles hasta revistas, libros, discos, juguetes y
fotografías.
"Fue
todo desordenado", recuerda Taparelli. "La convocatoria se hizo un
viernes y el lunes ya había 80 personas haciendo cola. A las dos semanas eran
300 los inscriptos", cuenta. Algunas historias quedan de esos días, como
la mujer que preguntó si podía vender su colección de 180 sombreros, accesorios
que ella misma había usado durante su juventud.
"En
medio de los añicos que eran esos años, siempre queda algo, una copa sana,
alguna carpeta vieja, esas cosas que en Buenos Aires y en cualquier otra ciudad
del mundo tienen valor y que los rosarinos nunca les dimos pelota. Pensé que de
ahí podía salir un emprendimiento vinculado al autosustento, con sólo tener un
galponcito de cosas viejas para revolver o un placard", dice Taparelli, y
lo rememora como "una explosión: llegaban desocupados y empresarios
fundidos con los restos que los acompañaban".
Juan
Marconi tiene 47 años y, cuando se acercó al proyecto, era el más joven.
"Atendía un comercio familiar, pero me quedé en la calle y con un hijo.
Nunca me había pasado quedarme sin nada y nunca había trabajado en la calle,
pero no tenía opción", asegura.
Por eso,
desempolvó sus propias colecciones y las llevó al puesto. "Tenía
estampillas, monedas y cosas de cuando estudiaba arte. Las junté y con un dolor
terrible en el alma las puse en venta. Salía a manguear, buscaba cosas en los
compra-venta y las reciclaba. Había que meterle creatividad", cuenta.
Juan no
duda en decir que "ese momento era dramático, una situación desesperante
para personas de clase media que no estaban acostumbradas a esas
circunstancias", pero rescata todo el tiempo que "de eso salió algo
muy positivo". Es más, hoy no sólo vive de su puesto sino que tiene
también un pequeño local.
Génesis. Miriam Delogu llegó al Retro con
un tablón y caballetes prestados, algunos botones que había encontrado
revolviendo la vieja caja de costura de su mamá y algo más de mercadería que le
habían dado en consignación. "Era ama de casa, había dejado de trabajar
porque tenía cinco chicos, el menor de apenas dos años, pero estaba sin un peso
y fue toda una aventura", dice la mujer.
Su puesto
comenzó vendiendo más bijouterie, pero ahora su especialidad son los vinilos.
"Tengo de todo un poco, pero los discos y los botones de nácar, de vidrio
y grandotes son mi especialidad", afirma.
Dice que
"el público es más ecléctico: va el curioso, el que pasa por primera vez y
el turista", pero rescata a "los clientes de hace diez años, esa
venta asegurada que llega cada domingo".
Hoy la
mayoría logra vivir de las ventas del mercado y, para eso, se preparan toda la
semana, pero sobre todo nadie quiere dejarlo.
Juan fue
operado del corazón, pero al mes estaba en su puesto. Miriam dice que su Día de
la Madre y sus Pascuas "son todos los años en el mercado, con hijos y
nietos, una fiesta".
Taparelli
también vuelve cada fin de semana. "En diez años vemos las alegrías, las
cosas que hablan, cómo aprendieron una profesión, cómo se cuidan y también se
pelean. Son una comunidad y mi familia. Mis ravioles del domingo son en el
mercado", concluye.
Tags: la ciudad P07
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