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Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo

lunes, 7 de mayo de 2012

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Lunes 07 de mayo de 2012
A una década de un ícono turístico que nació para paliar la falta de trabajo
A diez años de su creación, el Mercado Retro La Huella se convirtió en un ícono turístico y, desde entonces, es cada domingo un espacio de encuentro. Sin embargo, su origen va más allá del atractivo que hoy tiene para rosarinos y visitantes: está ligado a la necesidad fundamental del trabajo en una ciudad (y un país) al borde del estallidohttp://www.lacapital.com.ar/system/modules/com.tfsla.diario.core/resources/images/pixel.png
A diez años de su creación, el Mercado Retro La Huella se convirtió en un ícono turístico y, desde entonces, es cada domingo un espacio de encuentro. Sin embargo, su origen va más allá del atractivo que hoy tiene para rosarinos y visitantes: está ligado a la necesidad fundamental del trabajo en una ciudad (y un país) al borde del estallido. La idea nació pocas semanas antes del Diciembre Negro, cuando la represión provocó varias muertes en todo el país (siente en Santa Fe), y se puso en marcha apenas cuatro meses después, cuando el "Que se vayan todos" aún resonaba. "De todos los trabajos que hice en mi vida, es el único del que estoy orgulloso. Lo hice, sé hacerlo y sostenerlo. Es junto con El Roperito mi proyecto social, porque una cosa es generar divertimento y otra muy distinta trabajo", afirma Dante Taparelli, el padre de esta feria que desde hace una década se extiende en el mítico Pichincha.
La convocatoria a los feriantes surgió en noviembre de 2001. El único requisito era estar desocupado y tener objetos anteriores a 1975, desde utensilios domésticos, bijouterie y muebles hasta revistas, libros, discos, juguetes y fotografías.
"Fue todo desordenado", recuerda Taparelli. "La convocatoria se hizo un viernes y el lunes ya había 80 personas haciendo cola. A las dos semanas eran 300 los inscriptos", cuenta. Algunas historias quedan de esos días, como la mujer que preguntó si podía vender su colección de 180 sombreros, accesorios que ella misma había usado durante su juventud.
"En medio de los añicos que eran esos años, siempre queda algo, una copa sana, alguna carpeta vieja, esas cosas que en Buenos Aires y en cualquier otra ciudad del mundo tienen valor y que los rosarinos nunca les dimos pelota. Pensé que de ahí podía salir un emprendimiento vinculado al autosustento, con sólo tener un galponcito de cosas viejas para revolver o un placard", dice Taparelli, y lo rememora como "una explosión: llegaban desocupados y empresarios fundidos con los restos que los acompañaban".
Juan Marconi tiene 47 años y, cuando se acercó al proyecto, era el más joven. "Atendía un comercio familiar, pero me quedé en la calle y con un hijo. Nunca me había pasado quedarme sin nada y nunca había trabajado en la calle, pero no tenía opción", asegura.
Por eso, desempolvó sus propias colecciones y las llevó al puesto. "Tenía estampillas, monedas y cosas de cuando estudiaba arte. Las junté y con un dolor terrible en el alma las puse en venta. Salía a manguear, buscaba cosas en los compra-venta y las reciclaba. Había que meterle creatividad", cuenta.
Juan no duda en decir que "ese momento era dramático, una situación desesperante para personas de clase media que no estaban acostumbradas a esas circunstancias", pero rescata todo el tiempo que "de eso salió algo muy positivo". Es más, hoy no sólo vive de su puesto sino que tiene también un pequeño local.
Génesis. Miriam Delogu llegó al Retro con un tablón y caballetes prestados, algunos botones que había encontrado revolviendo la vieja caja de costura de su mamá y algo más de mercadería que le habían dado en consignación. "Era ama de casa, había dejado de trabajar porque tenía cinco chicos, el menor de apenas dos años, pero estaba sin un peso y fue toda una aventura", dice la mujer.
Su puesto comenzó vendiendo más bijouterie, pero ahora su especialidad son los vinilos. "Tengo de todo un poco, pero los discos y los botones de nácar, de vidrio y grandotes son mi especialidad", afirma.
Dice que "el público es más ecléctico: va el curioso, el que pasa por primera vez y el turista", pero rescata a "los clientes de hace diez años, esa venta asegurada que llega cada domingo".
Hoy la mayoría logra vivir de las ventas del mercado y, para eso, se preparan toda la semana, pero sobre todo nadie quiere dejarlo.
Juan fue operado del corazón, pero al mes estaba en su puesto. Miriam dice que su Día de la Madre y sus Pascuas "son todos los años en el mercado, con hijos y nietos, una fiesta".
Taparelli también vuelve cada fin de semana. "En diez años vemos las alegrías, las cosas que hablan, cómo aprendieron una profesión, cómo se cuidan y también se pelean. Son una comunidad y mi familia. Mis ravioles del domingo son en el mercado", concluye.

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