El adjetivo "impresentable", lo sabemos, se ha puesto de moda como forma insultante y despectiva. Tal o cual personaje público, por su manera de actuar, o por sus decires, deviene no en un sinvergüenza, en un atorrante o en un simple y llano hijo de su buena madre, sino antes que nada en "un impresentable".
Es curioso, porque esto de "impresentable" ha tornado en un insulto bastante fuerte, pese a que el término, en principio, no remite más que a una cuestión de apariencia.
Alguien impresentable es ante todo alguien mal vestido, mal entrazado, desprolijo. Pero lo que se quiere decir es que la persona en cuestión es un chanta, una basura, un canalla, tanto que provocaría vergüenza tener que presentárselo a alguien.
Y mientras las calidades infames antes mencionadas llevan buena parte de la vida construirlas, la impresentabilidad, en cambio, se puede lograr en un instante. O sea que al final no es gran cosa. Basta con pensar en su opuesto, la calidad de "presentable" de una persona.
A nadie se le ocurriría decir algo como "no sabes mi primo qué tipo presentable que es". No tendría el menor sentido.
Entonces, si esto no es nada, ¿por qué esto de ser impresentable ha de ser tan grave? (Psi. Patricia B. Bustos)
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