Datos personales
- escuchando palabras
- Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo
sábado, 30 de enero de 2010
Invitala / Una Canciòn
El Espejo / Solo un Cuento
Aunque la mañana estaba tibia, el sol se colaba por la ventana y acariciaba su rostro.
Ella tenía una mirada recelosa y desconfiada, la profundidad de sus ojos parecían susurrarle, ¿ preguntalé a tu delicado espejo, quien es la más bella? Espejo, símbolo de ilusión, porque lo que refleja no existe, muestra el como sí: al mirarse supiese como era y quien era.
Pero cuando se miraba no le gustaba lo que veía, la juventud la había abandonado y su cuerpo estaba muy lejos de ser el de una princesa.
Los días de este espejo eran oscuros y sombríos, era nalatrado y castigado por esa mujer hóstil y perversa, que tanto odiaba a la bella Blancanieves. El solo podía vengarse y gozar en el momento que ella lo saludaba cada mañana con una sonrisa amplia que dejaba ver unos blanquísimos y perfectos dientes; para preguntarle: ¿ espejo, espejito quién es la más bella ?.
Ese era su intante mágico, porque sin duda alguna, era su dulce Blancanieves.
La pregunta era un acto instintivo, costumbrista e incluso egocéntrico, pero adoraba hacerlo cada mañana.
El espejo sería testigo nuevamente de su insistencia.
Cada día era como deshojar una margarita.
Porque el no le respondía, no exístia nada mejor que el silencio eterno.
El silencio lograba que ella se sintiese abatida por este sentimiento de estar sola para siempre.La realidad ganaba, suspiros, miradas llena de tristezas y desaliento. Solo podía pensar en lo vacía y hundida en los recuerdos que estaba.(Psi. Patricia B. Bustos)
Ensayo sobre La Ceguera (Fragmento)
Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra de asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloque de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabemos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta. Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas repentinamente revueltas, todo eso que cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. (José Saramago) Ensayo sobre la ceguera (1996)
Te Deseo
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lunes, 11 de enero de 2010
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Aprende a Olvidar Tus resentimientos
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El Deseo
Los Impresentables
El adjetivo "impresentable", lo sabemos, se ha puesto de moda como forma insultante y despectiva. Tal o cual personaje público, por su manera de actuar, o por sus decires, deviene no en un sinvergüenza, en un atorrante o en un simple y llano hijo de su buena madre, sino antes que nada en "un impresentable".
Es curioso, porque esto de "impresentable" ha tornado en un insulto bastante fuerte, pese a que el término, en principio, no remite más que a una cuestión de apariencia.
Alguien impresentable es ante todo alguien mal vestido, mal entrazado, desprolijo. Pero lo que se quiere decir es que la persona en cuestión es un chanta, una basura, un canalla, tanto que provocaría vergüenza tener que presentárselo a alguien.
Y mientras las calidades infames antes mencionadas llevan buena parte de la vida construirlas, la impresentabilidad, en cambio, se puede lograr en un instante. O sea que al final no es gran cosa. Basta con pensar en su opuesto, la calidad de "presentable" de una persona.
A nadie se le ocurriría decir algo como "no sabes mi primo qué tipo presentable que es". No tendría el menor sentido.
Entonces, si esto no es nada, ¿por qué esto de ser impresentable ha de ser tan grave? (Psi. Patricia B. Bustos)