Esa sensación que surge del malestar y parece brotar de las entrañas como un volcán en erupción, que por un lado nos empuja a seguir adelante pero por el otro se convierte en un arma destructora y que además nos trae más problemas que el problema mismo, es la del enojo. Algunos pueden expresarla fácilmente haciendo la vida imposible a cualquiera que este a su alrededor y otros acostumbrados a callar, la reprimen temerosos de que al soltarla se conviertan en poco menos que monstruos capaces de cualquier agresión, volcándola entonces hacia sí mismos.
En realidad la mayoría de los que estarán leyendo esto saben que el enojo generalmente es con uno mismo, porque las cosas "no salen como yo quiero", porque no dije lo que quería decir en el momento adecuado, porque estoy harto de desear cosas que nunca consigo, y en fin todo lo que se quiera agregar a esa especie de estado de frustración constante que se maneja en estos casos.
¿Qué hacer? Hay mucho para hacer.
Lo primero, empezar a tenernos más paciencia, podríamos seguir por acostumbrarnos a hacer pie en todo lo positivo que tenemos, en todo lo que logramos, en lugar de en todo lo que se supone nos falta.
Aprender a poner límites cuando nos molestan, nos tratan mal, nos invaden.
Actuar más desde lo que verdaderamente somos y sentimos.
Respetarnos y aceptarnos con todo lo que traemos nos ayudará a seguir creciendo con menos exigencia y más alegría.
De esto se trata el auto-conocernos, de aprender también a "pasarlo bien" y estar menos tiempo llenos de preocupación, de conectarnos cada día más con nuestro Verdadero Ser, facilitando de esta manera la expansión, que implica abrirnos a todo lo BUENO. (Psi. Patricia B. Bustos)