Es una persona intensa, apasionada y con cierta insensibilidad espiritual. Se afana constantemente de lo que hace. Refriega méritos, y cada conversación invariablemente es, y debe ser, una batalla. Ávida de prestigio, es de un intelectualismo superficial. Su apuro trasluce alguna especie de angustia. Ausente de un idioma sereno de sobriedades, escaso de ironías, no ve medios, ni grises, ni sombras; solo extremos: derecha izquierda, arriba abajo etc. etc. A uto suficiente, lo suyo siempre es y será importante y naturalmente respetable, quizás por eso no respeta ninguna otra cosa. Sólo tiene en cuenta lo que está a un centímetro de su nariz, que es como la proa de su actividad. Es capaz de aplastarlo todo, y naturalmente siempre a está a punto de ser aplastado.
Las reuniones sociales son el escenario de su mayor despliegue, y las sobremesas, el momento adecuado para irrumpir con un tumulto de palabras, juicios, aseveraciones provocadoras. Es esclava de la manía de tener razón y cada reunión puede convertirla en un torneo dialogante. Vocifera compromisos; se presume arriesgada/o, pero en realidad nada arriesga, vive cómodo/a en su mundo y ratifica ante cada situación su exterioridad. Si el compromiso emerge, se distancia para observar, es el momento donde callan las palabras, se llama a un prudente silencio para ser espectador/a, o, en su defecto se muestra escéptico y duda Como se ve, no está dispuesto a renunciar a nada. Algunos opinan que es incapaz de amor.
Como es bien sabido, la soberbia es uno de los siete pecados capitales. Pero antes que pecado, yo diría que es un enorme desperdicio de energía tratando de aparentar aquello que en verdad uno no es.
Un soberbio es un ego inflado. Cuanto más pequeño, más energía hay que insuflarle. Pero, como todo aquello que se infla, siempre tiende a desinflarse. Entonces el pobre ego anda todo el tiempo atareado, tratando de sostener la presión para mantener su imagen.
La soberbia agranda, magnifica, destaca. Necesita de un pedestal, o por lo menos de tacos altos. Y allí abajo... los súbditos, los comunes, los inferiores. Porque una de las formas de la soberbia consiste en achicar a los otros para agrandarse uno o, lo que sería lo mismo, brindarles a “esos pobres” su mirada magnánima.
La soberbia necesita de los halagos. Y cuando no los tiene se enoja: “¡Usted no sabe con quién está hablando!” Pero si se los aumenta, entonces se inflan a más no poder, hasta que en algún momento terminan estallando y se transforman en los pequeños seres que verdaderamente son. (Psi. Patricia B. Bustos)
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