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- escuchando palabras
- Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo
viernes, 22 de octubre de 2010
El amor y la pasión
Había una princesa que estaba locamente
enamorada de un capitán de su guardia y,
aunque sólo tenía 17 años, no tenía ningún otro
deseo que casarse con él, aún a costa de lo que
pudiera perder.
Su padre que tenía fama de sabio no cesaba de
decirle:
-No estás preparada para recorrer el camino del
amor. El amor es renuncia y así como regala,
crucifica. Todavía eres muy joven y a veces
caprichosa, si buscas en el amor sólo la paz y el
placer, no es este el momento de casarte.
-Pero, padre, ¡sería tan feliz junto a él!, que no
me separaría ni un solo instante de su lado.
Compartiríamos hasta el más profundo de
nuestros sueños.
Entonces el rey reflexionó y se dijo:
-Las prohibiciones hacen crecer el deseo y si le
prohíbo que se encuentre con su amado, su deseo
por él crecerá desesperado. Además los sabios
dicen: “Cuando el amor os llegue, seguid lo,
aunque sus senderos son arduos y penosos”.
De modo que al fin le dijo a su hija:
-Hija mía, voy a someter a prueba tu amor por
ese joven. Vas a ser encerrada con él cuarenta
días y cuarenta noches. Si al final sigues
queriéndote casar es que estás preparada y
entonces tendrás mi consentimiento.
La princesa, loca de alegría, aceptó la prueba y
abrazó a su padre. Todo marchó perfectamente
los primeros días, pero tras la excitación y la
euforia no tardó en presentarse la rutina y el
aburrimiento.
Lo que al principio era música celestial para la
princesa se fue tornando ruido y así comenzó a
vivir un extraño vaivén entre el dolor y el placer,
la alegría y la tristeza. Así, antes de que pasaran
dos semanas ya estaba suspirando por otro tipo
de compañía, llegando a repudiar todo lo dijera o
hiciese su amante.
A las tres semanas estaba tan harta de aquel
hombre que chillaba y aporreaba la puerta de su
recinto. Cuando al fin pudo salir de allí, se echó
en brazos de su padre agradecida de haberle
librado de aquel a quién había llegado a
aborrecer.
Al tiempo, cuando la princesa recobró la
serenidad perdida, le dijo a su padre:
-Padre, háblame del matrimonio.
Y su padre, el rey, le dijo:
-Escucha lo que dicen los poetas de nuestro
reino:
“Dejad que en vuestra unión crezcan los
espacios.
Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor
una prisión.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis
de la misma.
Compartid vuestro pan, más no comáis del
mismo trozo.
Y permaneced juntos, más no demasiados juntos,
pues ni el roble ni el ciprés, crecen uno a la
sombra del otro”.
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4 comentarios:
Maravilloso. Guardaré esta historia en mi mente para sacarla cuando sea necesaria. Y que razón tenían los poetas del reino.
Un abrazo
Impresionante. Sabiduría en estado puro. Aún nos quedan muchas cosas que aprender sobre el amor, sobre todo acerca del amor sano. Buena historia. Yo también la guardaré para mí cuando haga falta.
Besos
Creo Enrique q lo mas sabio es esto de no convertirse en uno, el poder mantenerse a su lado creciendo juntos pero no ensimismado, besitos
Si...Linda hay q aprender a amar con generosidad, esto de no invadirse ni replegarse...buee seguire aprendiendo yo tambien jeje, besitos
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