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Patricia B. Bustos Psicoanalista /Coordinadora de grupos terapeúticos/ Prof. Enseñanza Común y diferencial / Mediadora Judicial / Voluntaria y Socia Activa de Mèdicos del Mundo

lunes, 27 de julio de 2009

Las Màscaras de la Adicciòn

Marc Chagall

En paralelo al aumento del consumo de sustancias demonizadas por la sociedad como la marihuana, la cocaína y el éxtasis, un nuevo tipo de adicción va mostrando la cara: la adicción a las sustancias que genera el propio cuerpo. Detrás de neurotransmisores como la adrenalina, la serotonina, la endorfina, la dopamina y la encefalina, no sólo se disparan miles de reacciones que en cascada hacen funcionar al cuerpo sino que también se alinean los nuevos “químico dependientes”: los adictos al amor, al sexo, al trabajo y al deporte, capaces de dejar todo de lado por un estado de bienestar efímero pero extremo.

A la hora de determinar responsabilidades por el comportamiento humano se pone al descubierto la borrosa frontera entre los fenómenos del comportamiento y los fisiológicos. ¿Hasta qué punto una reacción se puede explicar como consecuencia de elementos químicos que se manifiestan en el interior del cuerpo humano? ¿Se puede considerar que el ser humano es algo más que la interacción de sus moléculas? Estas preguntas de larga data han generado y seguirán generando polémicas: el nudo irresoluble, al menos hasta ahora, está planteado en la pregunta acerca de qué es la conciencia, un fenómeno original y resultado probable de variables que aún se desconocen. Pero es justamente en la intrincada frontera entre cuerpo y mente donde se mueve un fenómeno que permite comenzar a abordar esta relación: las adicciones.

Hablar de la estigmatización de las adicciones y los adictos es de alguna manera caer en la redundancia (y el moralismo). El diccionario define la adicción como el hábito de quien se deja dominar por el uso de drogas tóxicas o por la afición desmedida a ciertos juegos. Las ideas acerca de qué es “tóxico” y qué es “desmedido” abrieron la puerta a sucesivas ampliaciones del concepto a lo largo del siglo XX. Tanto es así que, en la actualidad, se extiende a los comportamientos dañinos (incluso los que tienen valoración social) cuando antes se reservaba al consumo de sustancias. Más aún, en los últimos años se comenzó a debatir la cara fisiológica de lo que, a priori, parecen comportamientos adictivos. Es el caso de quienes, lejos de dealers y callejones oscuros, se vuelven adictos a las sustancias que genera el propio cuerpo, es decir, adictos a sí mismos.

Según algunos investigadores, lo que suele aparecer como adicción a una actividad por cuestiones explicables sólo en términos de comportamiento también puede explicarse por fenómenos neurológicos poco visibles. Es lo que ocurre, por ejemplo, a los enamorados que muestran incapacidad para poner su atención en algo que no sea el objeto de su amor. Una visión química y poco romántica de la cuestión señala que, durante los primeros tiempos del amor, se libera un cóctel de neurotransmisores: la adrenalina, sobre todo en el primer momento de ansiedad y nervios por la nueva situación; la serotonina, relacionada con los estados de ánimo; la dopamina, asociada con los movimientos musculares, que puede producir euforia, falta de sueño, pérdida del apetito, es decir, los síntomas usuales del enamoramiento.

El nivel de excitación, de intensidad, generado por estos neurotransmisores, hace que el individuo ansíe su repetición cualquiera sea el costo, incluso si su amor ya no es correspondido. Desde esta perspectiva, al menos, el sufrimiento del enamorado no correspondido no tiene que ver con dolores en el alma sino con un terrenal síndrome de abstinencia que, justo es decir, sólo los amantes muy afortunados desconocen. (Psi. Patricia B. Bustos)

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